Dicen que los ojos son el espejo del alma. Los de Fidel son azules.
Para algunos, una bendición; para otros, una simple anécdota si el resto no acompaña. Con la presbicia llegó el recordatorio: los cuerpos se hacen viejos… y está bien que así sea. No pasa nada.
Piensa en su abuela Rosalía y su abuelo Francisco —gallega ella, andaluz él—, ambos con ojos azules. Ella, incluso con 95 años, guardaba tras esa mirada un destello de juventud olvidada. Como si la vida no pudiera borrar del todo a la muchacha que fue.
Tener los ojos claros también tuvo sus desventajas: conducir de noche era un suplicio. Y, según Ana Kiro, los ojos azules son “mentireiros”. Fidel no sabe si será cierto, pero ha aprendido que, como la memoria, la vista elige qué mantener nítido y qué dejar difuminar.
Incluso desenfocados, sus ojos siguen siendo azules. Y a veces, todavía parecen nuevos.
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