El abuelo de Fidel escribía todos los días. Pero no lo hacía para sí. Lo hacía como si fuese su hija, la madre de Fidel, la que narraba. Desde 1952 hasta 1989 dejó constancia —en tercera persona— de cada día de su vida. Su infancia, los destinos de la Guardia Civil, la emigración a Suiza, su llegada a Galicia…
Todo quedó escrito.
Cuando la familia iba a visitarlo a La Zubia, los despertaba el repicar de la máquina de escribir.
—¿Qué hace el abuelito? —preguntaban.
—El diario —les respondían.
A su muerte, su madre trajo los casi 40 años de cuartillas a máquina a Galicia y, con el poco dinero que tenía, los encuadernó uno por uno. Luego, con una generosidad desbordante, los regaló: cada tomo al familiar que había nacido ese año. A Fidel le tocó el del 76. El que dice que nació.
En este episodio de Limiar Fidel se pregunta qué vínculo hay entre ese acto de escribir en silencio y este otro de hablar en voz alta. ¿Qué buscamos al narrar? ¿Dejar rastro? ¿Pertenecer?
Quizá Limiar sea, también, la manera de seguir escribiendo el diario.
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20 septiembre, 2025 @ 18:25
Me ha encantado lo narrado , el narrador y los protagonistas.
Bonita historia y bonita familia .