Hay distancias que no se miden en kilómetros ni en horas de autopista. Se miden en silencios, en habitaciones vacías y en recuerdos que vuelven de golpe.
Fidel ve cómo su hija mayor, Ana, inicia su vida de estudiante. Se marcha a Pontevedra, a 150 kilómetros de casa. No es lejos, una hora y media de carretera, un regreso posible cualquier fin de semana. Pero en el corazón, la distancia pesa más.
Luego del primer día en que la dejó en su habitación de alquiler, compartida con otras tres chicas, fingió normalidad durante el viaje de vuelta, pero las lágrimas terminaron por romper el dique. Y al llorar, volvió a la imagen de la guardería: Ana, con apenas tres años, esperando sola y callada en una esquina hasta que lo veía entrar y corría a abrazarse a él como si hubiesen pasado semanas.
Aquella niña sigue ahí, escondida en el rostro joven de la mujer que ahora alza el vuelo. Quizá se equivoque, quizá no. Pero tiene derecho a intentarlo. Fidel, su madre y su hermana lo saben: cada partida duele, pero también encierra la promesa de un regreso.
Podcast: Reproducir en una nueva ventana | Descargar